PORTAFOLIOS ELECTRONICOS
Los portafolios académicos se vienen empleando desde hace varias décadas en
otras latitudes, norteamericanas y europeas esencialmente, con una vocación que es
todavía certificadora en la mayoría de las ocasiones. Empero, rápidamente se abren
las puertas a unos usos alternos, más bien orientados hacia la comprensión y la
mejora del trabajo educativo. En el caso particular de los portafolios desarrollados por
los profesores, se piensa que pueden contribuir a la facilitación de procesos reflexivos
y perfeccionantes aunque no disponemos todavía de evidencias categóricas sobre
cómo y en qué medida consiguen dichas finalidades. Lo anterior vale especialmente
para el contexto regional, donde las propuestas y las experiencias son insuficientes
en este terreno mientras que las evaluaciones rigurosas y las investigaciones
documentadas apenas comienzan a dar señales de vida.
Barberà y de Martín Aseguran que el concepto de portafolio proviene de las
artes plásticas. En ellas, desde hace mucho tiempo los artistas seleccionan muestras
de sus mejores obras y comparten sus logros con los demás. Antes lo hacían a través
de bocetos, dibujos, críticas y reconocimientos escritos; ahora agregan fotografías,
videos y animaciones, entre otros recursos. Lo importante es que a través de esta
práctica exhiben sus habilidades y dan a conocer lo más sobresaliente de su trabajo.
La idea se ha irradiado a otros terrenos disciplinarios y profesionales, alcanzando
en algunos de ellos carta de naturalización. Es el caso del mundo educativo donde,
parafraseando a Ebbinghaus, podemos afirmar que los portafolios tienen un largo
pasado y una corta historia. De una u otra manera, con una u otra fisonomía, se han
venido empleando desde antaño en las instituciones escolares. No necesariamente
bajo esa denominación ni respondiendo del todo a las concepciones modernas,
probablemente de modo intuitivo y sin la compañía de abundantes teorizaciones,
pero con sentido práctico y eficiente desde la perspectiva de quienes se hacen
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cargo de ellos. Como sucede a menudo en la historia de las ideas pedagógicas
(Gilbert, 1977), ésta también se ha sometido a sucesivas resignificaciones y en las
aplicaciones derivadas de algunos modelos educativos que fueron en su momento
progresistas (el de los proyectos de Kilpatrick, por ejemplo) podemos ya identificar
algunos rasgos del portafolio como le concebimos hoy en día. Hasta donde sabemos,
en todo caso, fue Shulman (1999) quien a mediados de la década 1980-1990
desarrolló sus connotaciones más reconocibles dentro del ámbito de la formación y
la evaluación docentes, teorizándole e intentando una sistematización desde el punto
de vista metodológico que ha desembocado en la concepción contemporánea de
este importante instrumento.
En su versión clásica o tradicional, los portafolios.
Desde una perspectiva gráfica y comunicativa, comenzaremos diciendo que el
portafolio se encuentra constituido por seis páginas digitales. Todas ellas presentan
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algunos elementos comunes: el fondo que simula una hoja blanca de cuaderno a
rayas; el panel de navegación que a manera de un índice permite visualizar en todo
momento los contenidos generales del portafolio y trasladarse ágilmente de una página
a otra; los encabezados destacados en negrillas y ubicados en la parte superior, que
recuerdan enfáticamente al visitante el lugar específico en que se encuentra. Los
motivos gráficos centrales en el portafolio aluden a elementos de papelería que son
comunes en la vida académica y que fueron escogidos por la frescura y familiaridad
que transmiten. La composición se ha preferido más bien minimalista e intuitiva,
evitando la sobrecarga de elementos comunicativos, el abigarramiento cromático o la
profusión de texto e imágenes. Se ha intentado, en todo caso, conformar un portafolio
electrónico amigable y entendible, atractivo y fácil de navegar.